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viernes, 11 de septiembre de 2015

Aquel beso inesperado
me llenó en un segundo
el alma
de colores.

Y no hablo de colores primarios; sino de colores que bailan, se mezclan y dan como resultado la tonalidad más increíble que hayas visto jamás. Una tonalidad que cambia según la intensidad de cada matiz, pero al fin y al cabo, puro arte.
Eso eras tú, arte.
Recuerdo cómo esculpí una y otra vez tu cuerpo en forma de fotogramas cada vez que aquel maldito reloj daba la media noche. Todo estaba en blanco y negro y tú contrastabas tan bien que incluso llegó a asustarme tu belleza incomprensible.
Tampoco olvido el día en el que te usé de lienzo y pinté todo mi dolor en forma de mariposas. Mariposas de caricias que adornaban tu piel vacía y exenta.
Mariposas pasajeras que parecían encontrarse en casa.

Al fin y al cabo insectos con alas, para que así todo mi sucio pasado se esfumase a otros cuerpos que no fuesen los nuestros.

Añoro moldearte como el artesano da vida al barro,
pues yo también te daba la vida con cada una de mis miradas.

Era tanto lo que me provocó aquel dulce posar de tus labios,
que hoy,
aún estando tan cerca
y a la vez tan lejos,
rezando por no pensarte
y pensando por no buscarte,
sigo cerrando los ojos
a la espera de olvidar
al menos por un instante
cómo de viva me sentí
con tu boca enganchada
a las arrugas de mi frente.

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