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miércoles, 9 de julio de 2014

Tacones de aguja.

Nunca le llamé Adrián. 
Casi siempre me remitía a diminutivos cariñosos en los que, sin darme apenas cuenta, lo que hacía era liberar una pequeña dosis de lo que sentía por él.
El 'cari' ya era rutinario. Era como si le hubiese bautizado con ese nombre desde el día en el que empezamos a salir, y sólo quizás por eso aquella palabrita me llenaba tanto.
'Cariño' era para los momentos especiales y 'mi vida' cuando quería mostrar cierta contundencia y dulzura a la hora de decir las cosas.
Yo nunca le llamé Adrián. 
Quizás porque me daba miedo que aquella tilde se me clavara en la garganta al pronunciar su nombre. Que con la misma intensidad con la que actúa en el nombre, destruyera lo que llevábamos construyendo durante meses. Quizás lo que me asustase era la situación en la que se requería llamarlo de aquella forma. Situaciones en las que no me sabía desenvolver, porque dijese lo que dijese él siempre tenía palabras para contraatacar; y sí, sus palabras también llevaban tildes...
Adrián. Me asustaba pensar que aquellas dos letras de más lo cambiasen todo; que trajesen cosas nuevas a la relación dejándome con la incertidumbre de no saber si serían buenas o malas.
Adri era mucho más adecuado para las situaciones agridulces. Era una manera seria de dirigirme a él, pero sin dejar de recordarle que le quería más que a nada en este mundo. Que cuidaba el más mínimo detalle por hacerle sentir una persona afortunada. Afortunado de tener a alguien que se desviviese por satisfacer todos y cada uno de sus deseos. Y es que yo vivía para él. Nada me hacía más feliz que el hecho de que sus labios dejasen paso a la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida. Él me volvía loca. 
Si hablásemos metafóricamente, diría que él era como unos tacones de aguja. Difíciles de manejar, pero preciosos al mismo tiempo. Tacones especiales para ocasiones especiales. Me complementaba de una forma casi divina. Y es que, como toda mujer sabe, no hay nada más perfecto en el mundo que unos buenos tacones de aguja. Aunque éstos también tienen sus inconvenientes ... si se parte uno en el momento más inesperado, al final acabas cayéndote al suelo. 
Y eso era lo que pasaba; que cuándo él se partía, yo me caía de inmediato. Pero no era la caída lo peor de que él se rompiese, si no lo desolada que me quedaba siempre porque mi tacón de aguja se había partido. 
Quizás por miedo a que él se fragmentara lentamente al llamarlo por su nombre completo, nunca le llamé Adrián...