La verdad, estos días de lluvia dónde reina la tranquilidad me fascinan. Adoro mirar cómo miles de gotas resbalan por la ventana de mi habitación, impidiéndome ver como las personas hacen su vida bajo esos paragüas. Algunos van deprisa, con paragüas un tanto más sofisticados, pero prefiero mirar hacia la otra acera. La acera en la que los niños pequeños se paran y chapotean en los charcos con sus inmensas botas de agua. Me recuerda cuando yo lo hacía, siempre acababa empapada de pies a cabeza y con los dedos de los pies congelados. Pero valía la pena, ya que al llegar a casa los más cálidos calcetines me esperaban encima de la cama. Umm, que satisfacción sentía cuando me secaba frente a la estufa...
Todo esto por no hablar de la merienda entre mantas y castañas. Terminaba toda la tarea corriendo y me iba al sofá a ver mis dibujitos preferidos.
Pero la gente cambia, los gustos también, y los años pasan, por lo que vas adaptando tu vida poco a poco a tu forma de ser, y a lo que por entonces te gusta. Vas cambiando dibujitos por blogs, televisión por ordenador, etc. Pero algunas cosas siguen intactas. Sigues relajándote con las gotas de agua, sigues teniendo esas inmensas ganas de sumergirte en los charcos, sigues merendando las cosas típicas del invierno que te hacen sentir en un entorno acogedor, familiar ... Hay cosas, que por más que pase el tiempo, no cambiarán.
Bueno, creo que todos echábamos de menos estos días grises después de un intenso verano y exceso de rayos de sol. A veces, viene bien un poco de aire fresco, que nos permita pensar con claridad, perdonar, e incluso olvidar lo innecesario. Así que, no te comportes como un adulto. Sal ahí fuera y permanece bajo la lluvia. No te muevas, no hables, tan sólo respira, es todo lo que necesitas. Siente el olor a hierba fresca, escucha las gotas caer en los charcos, sé tu mismo, nada en este preciso instante puede impedirte ser feliz.