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miércoles, 26 de marzo de 2014

"Amor entre sábanas"

Yo no pedía nada, excepto compasión.
Me pasaba las noches en vela rogándole a las madrugadas que despertaran en él un poco de piedad hacia mí, pero quizás pedía demasiado.
Los besos, las caricias ... todo aquello era un préstamo carnal que yo le concedía a diario, a cambio de que él siguiese mirándome con esos ojos a los que adoraba.
Nunca lo hizo. Nunca me dio el afecto que tanto me merecía y que cada noche pedía a gritos. Nunca supo quererme de la forma en la que a mí me salía amarle. Nunca se le dio bien diferenciar el sexo del amor; pero aún así le quería. Y me entregaba a él en cuerpo y alma cada mañana de domingo durante un par de meses, sintiéndolo mío en cada abrazo y sintiéndome suya en cada susurro.
Era obvio, aquello no era amor, sino puro placer.
Su placer era orgásmico, de los que no se esperan hasta que se sienten. El mío, por el contrario, se basaba en creer que me quería cada vez que sus labios acechaban mi cuello. Las horas eran efímeras a su lado, pero más aún entre sus brazos.
Y entonces, tras varios meses de rutina sexual matutina, me dí cuenta de que lo que llevaba pidiendo desde hacía tanto tiempo no se trataba de compasión, sino de pasión. Pasión de sentir que era mío no sólo en los domingos, sino en todos los días del resto de mi vida.
Eso, queridos, era todo lo que yo pedía ...