Y es que pasa que cuándo te enamoras, piensas que todo es de color de rosas.
Que la vida te va a sonreír todos y cada uno de los días porque él te despierta con un "buenos días preciosa".
Pero no, con el tiempo te vas dando cuenta de que lo que teníais era una mierda. Que ese "poco" que tú tanto adorabas se convierte en nada al recapacitar y darte cuenta de que la única persona que luchó por seguir adelante con aquella "relación" fuiste tú. Que él no hizo nada. Que tú ponías las ganas mientras él ponía las excusas.
Y de repente todo te viene grande; porque te das cuenta de que no puedes seguir llorando todas las noches por cada petición de amistad que él acepta en Tuenti, de todas esas tías que lo que quieren es ligárselo.
Pero, ¿qué puedes hacer tú si cada vez que abres la boca sólo consigues alejarlo de ti?
Nada, por eso te callas, porque no quieres perderlo. Y aguantas hasta que llega el día ...
El día en el que él abre su maldita boca para soltar una estúpida palabra que te hace sentir la persona más horrible del universo... O mejor dicho, que te hace sentir la persona más horrible de su universo.
Te das cuenta de que no te quiere, de que no significas nada para él.
Y entonces quieres soltarlo todo. Fusilarlo con las palabras que tanto tiempo te has tenido que callar porque no querías que sus manos dejaran de acariciarte. Porque no querías dejar de ser su "princesa" ni su "en línea" a cada segundo. Y se lo sueltas. Y lloras porque sabes que todo el sufrimiento ha terminado. Te sientes como si estuvieses enferma y hubiesen encontrado una cura. Te sientes libre. Libre de engaños, de mentiras y de "no puedo quedar hoy".
De repente te da igual todo, ¡te da igual él!
Porque sabes que no te mereces todo eso. Que te mereces a alguien que te quiera de verdad, y que cada día, con el corazón en la mano, te lo demuestre una y otra vez.
Entonces, concluyes todo ese período de tiempo, a veces malo y a veces bueno, con un simple y grandioso "se acabó".
Y eso es lo que pasa. Que para bien o para mal todo se acaba ...
