Cualquier crítica es siempre bienvenida

sábado, 24 de noviembre de 2012

Martes 13. Cualquiera que creyera en la superstición se hubiera refugiado en casa bajo la manta y el calor de la chimenea. Pero ella estaba allí, deambulando de un lado a otro, sin destino fijo, pero sin motivo para parar. Llevaba los tacones en una mano, y con la otra se tiraba del vestido cada vez que éste se le subía un poco. Estaba cansada, pero esta vez no sólo físicamente. Se paró en una esquina, se dejó caer contra la pared y lloró en silencio ... Las ojeras que lucía bajo tanto maquillaje le delataban, y no era la primera vez. Sacó el paquete de tabaco del bolso, y ya sólo le quedaban tres cigarros ...
Cogió uno, lo encendió y pegó una abundante calada. Ffff, soltó el humo lentamente...
El rímel resbalaba por su frío rostro mientras su mirada continuaba perdida. No sabía qué pasó anoche, pero lo que si sabía era que todo se acabó. Volvió a llorar con más ansiedad, pegó otra calada a su pitillo y agachó la cabeza. Él ya no estaba en casa, cogió sus maletas y se marchó de golpe, dejando tan sólo unas palabras que iban a ser recordadas para siempre: Una vez más, vuelves a cagarla. Aún recuerda su último portazo...
Un coche con la música alta pasó por la esquina entonces, y un chaval se asomó por la ventanilla.
-Hola bonita, ¿te apetece dar un paseo?- Piloto y acompañante ríen, y sin más, se marchan a toda velocidad.
Menudos imbéciles, pensó. Pero no era eso lo que más le preocupaba.
Había pasado tan sólo un día y ya le echaba de menos. Echaba de menos su sonrisa, su pelo alborotado y sus estúpidos enfados. También extrañaba el olor de su colonia, sentir su tacto y sus hoyuelos. Era el hombre de su vida.
Un estribillo se le vino a la cabeza. No conseguía recordar a qué canción pertenecía, pero le hacía sentir mejor. Reflexionó, y como una luz, el título apareció en su mente. "What a wonderful world". Sí, no hay duda, era esa canción que ambos bailaban en sus espontáneas veladas. Tarareó la canción en voz baja y con voz entrecortada. Hacía frío, y el llanto no ayudaba...
I see trees of green,
red roses too,
I see bloom for me and you,
and I think to myself...
Pi, pi ... pi, pi, el sonido de su móvil le devolvió a la realidad. En la pantalla apareció el símbolo de un mensaje. Pulsó el botón de abrir, e inmediatamente se le llenaron los ojos de lágrimas al ver que el mensaje era de él. Nada existía entonces, nada excepto el "te echo de menos" que resplandecía en la pantalla del móvil. Cerró los ojos, suspiró, sonrió y apretó el móvil contra su pecho. Sólo una cosa aparecía en su mente ahora ...
...What a wonderful world

miércoles, 14 de noviembre de 2012

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Él estaba ahí, con esa postura que recalcaba su frialdad como persona. No se movía, ni tan siquiera saludó, pero no podía quitarme sus ojos de encima a cada paso que daba. En ese instante miles de ideas pasaban por mi cabeza, todas sin sentido y sin coherencia, por supuesto. Era como si de pronto, toda mi mente se hubiese hecho un garabato gigantesco, en el que sólo se podían distinguir tres palabras: No le mires. Continuaba mi camino, pero era imposible dar un paso sin tardar más de dos segundos. Agobio, confusión y miedo cada vez que mi pie tocaba el suelo con el fin de avanzar un poco. No iba a hablarle, ni siquiera me iba a dignar a decirle un simple "hola", porque lo cierto era que no lo merecía. No merecía mis absurdas palabras, ni mis indescifrables gestos... no merecía volver a revivir lo que un día tuvimos. Lo nuestro se había acabado, y yo sabía que si el roce volvía a aparecer, esto se convertiría en una pesadilla que no acabaría nunca. Lo mejor era olvidar, no iba a ser fácil, pero una vez conseguido iba a ser satisfactorio. Clase tras clase sin sacar nada en conclusión, recreo tras recreo sin pegar bocado ... Era lo normal después de que todo hubiese acabado. Pero, ¿y él? Seguía allí, en el mismo lugar de antes sentado de la misma forma ... sólo que ya no me miraba. ¿En qué estaría pensando? No lo sabía, pero de lo que sí estaba segura es que no tenía nada que ver conmigo. Me levanté, y pasé por delante de él con un contoneo de caderas un tanto sensual. Sí, era mi intención llamar su atención, pero no de aquella forma. Me equivoqué, así que reparé en la estupidez que acababa de cometer y comencé a andar de esa forma tan particular que yo tenía de hacerlo. No era nada provocativa, pero seguía siendo sensual, sólo que también un poco graciosa. Miré hacia atrás, y para mi sorpresa, él estaba haciéndole cosquillas a aquella -niña-. No era una adolescente, y aunque se lo creyera, no iba a convencerme de que fuera ella quien completara los "imprescindibles en una chica" de él. ¡Vamos hombre! ¿Por qué no abría los ojos? El caso era que estaba celosa, y eso me cegó. No podía recordarle, no podía volver a él porque entonces estaría perdida. Seguí adelante, entré en los baños y me encerré hasta que todo el sofocón se extinguiera. Había desatado la parte sensible que llevaba dentro, y la verdad es que un instituto no era el mejor lugar para hacerlo ... Cerré la puerta de un portazo, me senté en la tapa del báter y me encogí mientras me tiraba de los pelos. Esto empezaba a superarme. Me sentía sola, estúpida y sobre todo incomprendida. Nada ni nadie iba a poder ayudarme; nada excepto yo. Comprendí entonces, que tenía que olvidar (pero esta vez enserio), mirar hacia adelante, y darle una patada a esa piedra en el camino. No iba a volver a caer, estaba segura. Así que tras reflexionar un poco cómo sería mi nueva vida, me levanté como una mujer, miré al frente con la cabeza bien alta, me abracé y me dije a mi misma "estoy contigo, cielo". Con esas palabras de consuelo, y un futuro por delante salí del baño, dónde la gente observaba con atención las lágrimas que resbalaban por mi mejilla. Mala suerte para ellos al no poder ver como mi alma evolucionaba por dentro. Me miré al espejo, y me sentí más mujer que nunca. Sonreí. No era del todo feliz, pero estaba aprendiendo a serlo. Salí de aquel frío y habitado cuartucho y me dirigí con paso firme hacia donde estaba él. Le miré, ya no importaba lo que fuera a ocurrir, porque estaba preparada para todo. Él me miro, enmudeció, y tras darse cuenta de que ambos pasábamos de ambos, siguió con su pederastia hasta el final del recreo. Le miré y sonreí. No porque estubiera enamorada, si no porque entonces comprendí que jamás hubieramos podido complacernos el uno al otro como siempre habíamos pensado. Cerré mi taquilla, aparté la vista y suspiré. Mi nueva vida había comenzado ...