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viernes, 29 de agosto de 2014

Cinco sentidos

Precioso. Él era precioso de los pies a la cabeza. 
Tenía una mirada tan azul que la vida se le olvidaba cada vez que lo miraba. 
Él era tan infinito como lo que sentía al estar a su lado; infinito como lo viva que se encontraba cuando sus dulces manos le acariciaban las piernas de arriba a abajo y de abajo a arriba una y otra vez, cíclicamente... 
Se sentía en casa cuando se adentraba tanto en su mirada que a veces acababa en un lugar de incertidumbres, un lugar donde nada existía más allá que su cuerpo de pluma. 
No había nada más placentero que tumbarse sobre él y dejarse llevar a la deriva de sus besos. No había nada más maravilloso que explorar aquel cuerpo tan repleto de rincones estupendos. Él era increíble por los cinco sentidos. 
El sonido de su voz siempre hacía que se le erizara el vello, su suave piel inundaba de ganas los dedos de quién la tocase, su boca era lo más delicioso que jamás había probado, tanto que a veces su saliva le curaba las heridas más profundas; a veces le curaba las heridas del corazón. El perfume que desprendía se olía a kilómetros, y se le metía en la cabeza hasta obsesionarle con la idea de fundirse con él. Pero lo mejor era el quinto sentido; lo mejor era verle. Daba igual en qué momento admirases su belleza que él siempre estaba precioso. En sus malos días, su rebeldía y su bravura le hacían más varonil de lo normal, y eso a ella le encantaba. El chico malo, el amor de su vida. Pero en sus buenos momentos era incluso mejor. Deseaba que se parase el tiempo cuando le acariciaba el horizonte en los más bellos atardeceres. Deseaba que su hermosa calma no se acabara nunca. 
A veces, aquel paraíso le hacía sentirse tan feliz que su sonrisa se reflejaba por todas partes. 
No necesitaba nada más que entregarse a él en cuerpo y alma hasta el fin de sus días, no necesitaba nada más que vivir únicamente para él. 
Cerró los ojos, inspiró suavemente y se sumergió en aquel amor que tantas veces la había comprendido.
El mar era su hogar. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Rompecabezas

[...] Aún no había decidido qué era lo que realmente quería en su vida, cuando ya su pequeña cabecita no dejaba de dar vueltas y más vueltas pensando en qué era lo que él se merecía después de tanto daño.
Y es que esa pregunta se fundió con la rutina de pensar en él, desde que el poco odio que ese corazoncito albergaba salió a flote para hacerle compañía en los días grises: ¿qué se merece?
Hoy tocaba pensar en el salón. La luz tenue parecía hecha para aquella situación que tantas veces se le iba de las manos y hacía que acabase desolada en aquella enorme butaca... 
Se acomodó. Escalofríos. ¿Qué se merece?. Se mordía las uñas. Se estremecía. ¿Qué se merece? Y la duda se filtraba lentamente por cada uno de los poros que no dejaban de supurar recuerdos efímeros.
"Una paliza" susurró su lado más oscuro. Pero tras un sorbo de café y un vistazo hacia más allá de su ventana, se dio cuenta de que quizás eso sería demasiado violento.
Dividió entonces su mente en dos pedazos, afirmando a su vez esa teoría de que las mujeres pueden hacer más de una cosa a la vez. Por un lado seguía preguntándose  lo que él se merecía, y por el otro lado su rencor jugaba el papel sucio, haciéndole imaginar cómo sería pegarle un buen puñetazo en esa preciosa cara a ese sin vergüenza.
Se centró por fin en lo verdaderamente importante, y como un flash la palabra "beso" se le vino a la cabeza. Beso ... ¿era eso lo que se merecía? No, por supuesto que no. No se merecía ni el mínimo roce de sus labios. En ninguna parte. Ni detrás de la oreja, ni en el cuello, ni en el cachete. Ni siquiera uno de esos besos en la frente que desatan tanto cariño. ¡Cuánto le gustaría darle todos esos besos ahora! Sin pausa y con mucha prisa, para así poder darle todos los que sus labios aguanten. Besos infinitos, cortos, suaves, intensos, entre risas ... cualquiera, pero un beso. Pero aquello no era compatible con la situación. Se encontraba frente a una línea fronteriza en la que si permanecía sin avanzar, con el tiempo la vida jugaría de su lado; pero por desgracia sería una vida sin él. Mientras que si daba un paso hacia adelante, sólo un paso, caería rendida a los brazos del hombre con quién tanto ha compartido. Adelante. Atrás. Adelante. Atrás. Todo son dudas en su cabeza. Ade..¡atrás!. No puede arriesgarse a buscarle otro sitio en su estúpida vida, él ya se ha ido y aunque le duela lo mejor es que permanezca lejos, inmóvil, muerto en sentimientos...
La gran pregunta ya es parte de la habitación. Renace de las cenizas de la chimenea para esconderse entre los cojines del sofá, se refleja en las fotos familiares y adorna aquel cuchitril para que la melancolía sea la dueña de la habitación, de la casa y de los corazones presentes.
"Regalos" tampoco era la opción correcta, y ella lo supo desde el momento en el que se le vino a la cabeza. ¿Qué podía regalarle que fuese más valioso que su virginidad? El día que le abrió las puertas a la pasión, sintió que su alma se iba con el hombre que creía suyo; que creía de su vida. Ya se lo había dado todo. Sus ganas de vivir, sus mejores sonrisas, su regazo en los malos momentos ... todo. No le quedaba nada por mostrarle, nada que él no aceptase con gestos fríos y un gracias por compromiso. No podía ser un regalo la respuesta a todo.
Siguió pensando y entonces recordó una de las canciones de Fito y Fitipaldis que tanto le gustaba, y la cuál dice una frase que pareció darle un pequeño empujoncito hacia el mar de sus incansables dudas: "puede ser que la respuesta sea no preguntarse por qué". Puede ser, susurró ella. En su caso no era 'por qué', sino 'qué', pero al fin y al cabo todo se resumía en no encontrar respuestas. Suspiró.
Reflexionó, y sólo entonces se dio cuenta de que quizás nunca encontraría la respuesta a su pregunta. Que si no dejaba de preguntarse lo mismo una y otra vez, no conseguiría avanzar jamás. Y eso era lo que ella necesitaba por encima de todo, avanzar. Seguir adelante y olvidarse del daño que había sufrido todos estos días atrás. Quererse. Perderse para encontrarse. Nacer. 
Se levantó de la butaca, se sacudió las penas y con una sonrisa a medias salió de la casa dejando que el tiempo resolviera aquel rompecabezas. Mientras tanto, en su interior, su cabeza ya cansada de tantas inseguridades y preguntas sin resolver, cambió las dudas por el lema que la había sacado adelante: "No preguntarse por qué" ...