Cualquier crítica es siempre bienvenida

sábado, 27 de diciembre de 2014

Estaba tan obsesionada con él que a veces incluso deseé ir al infierno con tal de sentir otro calor distinto al de su cuerpo. 
En ocasiones quise ser extremadamente gorda, para así no dejar ni un sólo hueco vacío en el que mi cama le pidiese a gritos.
Quise no dormir para no tener que soñar con él, y no despertar para no dejar de soñarle. 
Deseé una y otra vez quedarme sorda por unas horas para no tener que escuchar cómo cada nota de las canciones que tanto me gustaban me recordaban sus besos haciendo mella en mi alma. 
Miraba a la madrugada a los ojos para no recordar otras pupilas mas que la luna llena en la noche más azul de Agosto. 
Corrí hasta perder el aliento para no creer ni la más leve respiración detrás de mi oreja, susurrando te quieros imposibles de pronunciar. 
Me abroché fuerte los tirantes del sostén para que no se resbalaran hombro abajo e imaginar sus manos recorriendo cada centímetro de mi piel con el único fin de volver a hacerme suya.
Intenté por todos los medios evadirme de él. No pude. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Querido amigo

Yo siempre quise alguien como tú en mi vida. 
Alguien que me llenara los días grises de sonrisas y optimismo.
Alguien que me regalase su tiempo para poder decirle una y otra vez cuánto le aprecio.
Alguien a quien querer por encima de todo.

Nunca pensé que tú serías esa persona. Que apareciendo de la nada consiguieses más que los amigos que llevaban años a mi lado. Nunca pensé que fueses tú por quién hoy daría mi vida.

Tú has estado ahí para todos mis días; para los buenos y para los malos. Tú has sabido darme lo mejor de ti aún cuando ni tú sabías lo que era. Has querido consolarme aún sintiéndote más perdido que yo. Tú siempre has estado ahí ...

Lo has sido todo. 
Mi amigo, mi protector, el amor de mi vida.

Y es que nuestra amistad ha llegado ya a un punto en el que por encima de todo necesito de ti. De tus consejos, de tu saber estar, de tus cumpleaños sorpresa, de tus regalos, de tus cartas, de tus críticas, de tu cariño ... Hoy por encima de todo, te necesito. 

Nunca podré agradecerte todo lo que en estos casi seis años has hecho por mí. Lo único que puedo decirte es que daría lo que fuese por tenerte siempre a mi lado; siempre igual de radiante. 

Te quiero, Santi.




lunes, 15 de septiembre de 2014

Era

Yo me sentía viva a su lado.
Radiante, enérgica y con ganas de comerme el mundo de un sólo bocado.
Yo era la que vagaba buscando algo que me mantuviera fuerte en esa relación tan bipolar; repleta de cosas buenas y malas,
Era yo la que, por aquel entonces, se sinceraba frente al espejo para no tener que mostrarle al hombre de mi vida todas sus imperfecciones, las mismas que día tras día iban saliendo a flote de lo más profundo de su ser. Era yo la que gritaba en silencio para no tener que explotar a pleno pulmón.
Yo era la que le acariciaba el alma con los besos más dulces que nadie pudiera dar jamás.
Yo era la que con una mano le acariciaba el pelo y con otra apretaba fuertemente el puño para no dejar salir las palabras que llevaba clavadas en el corazón. 
Sonrisas violentas. Besos ambiguos. Ganas de más.
De más amor que recibir en las noches que me resguardaba del mundo entre sus brazos. 
De más vida que vivir con él. 
De más de mí misma que poder entregarle. 
Yo era la que se entregó a él por los cuatro costados y en sus cinco sentidos. 
Era yo la que le escribía textos hasta la madrugada para que no se fuera a dormir sin algo digno que recordar. 
Era yo la que estaba ahí para sus pros y sus contras. Para todo. Para él.
Era lo que él quería que fuese. 
Era estupenda.
Era exagerada. 
Era preciosa.
Era celosa.
El caso es que era. Y que a pesar de que ya no exista nada, siempre podré decir que yo fuí... que yo fuí alguien a quién no olvidarás jamás.

viernes, 29 de agosto de 2014

Cinco sentidos

Precioso. Él era precioso de los pies a la cabeza. 
Tenía una mirada tan azul que la vida se le olvidaba cada vez que lo miraba. 
Él era tan infinito como lo que sentía al estar a su lado; infinito como lo viva que se encontraba cuando sus dulces manos le acariciaban las piernas de arriba a abajo y de abajo a arriba una y otra vez, cíclicamente... 
Se sentía en casa cuando se adentraba tanto en su mirada que a veces acababa en un lugar de incertidumbres, un lugar donde nada existía más allá que su cuerpo de pluma. 
No había nada más placentero que tumbarse sobre él y dejarse llevar a la deriva de sus besos. No había nada más maravilloso que explorar aquel cuerpo tan repleto de rincones estupendos. Él era increíble por los cinco sentidos. 
El sonido de su voz siempre hacía que se le erizara el vello, su suave piel inundaba de ganas los dedos de quién la tocase, su boca era lo más delicioso que jamás había probado, tanto que a veces su saliva le curaba las heridas más profundas; a veces le curaba las heridas del corazón. El perfume que desprendía se olía a kilómetros, y se le metía en la cabeza hasta obsesionarle con la idea de fundirse con él. Pero lo mejor era el quinto sentido; lo mejor era verle. Daba igual en qué momento admirases su belleza que él siempre estaba precioso. En sus malos días, su rebeldía y su bravura le hacían más varonil de lo normal, y eso a ella le encantaba. El chico malo, el amor de su vida. Pero en sus buenos momentos era incluso mejor. Deseaba que se parase el tiempo cuando le acariciaba el horizonte en los más bellos atardeceres. Deseaba que su hermosa calma no se acabara nunca. 
A veces, aquel paraíso le hacía sentirse tan feliz que su sonrisa se reflejaba por todas partes. 
No necesitaba nada más que entregarse a él en cuerpo y alma hasta el fin de sus días, no necesitaba nada más que vivir únicamente para él. 
Cerró los ojos, inspiró suavemente y se sumergió en aquel amor que tantas veces la había comprendido.
El mar era su hogar. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Rompecabezas

[...] Aún no había decidido qué era lo que realmente quería en su vida, cuando ya su pequeña cabecita no dejaba de dar vueltas y más vueltas pensando en qué era lo que él se merecía después de tanto daño.
Y es que esa pregunta se fundió con la rutina de pensar en él, desde que el poco odio que ese corazoncito albergaba salió a flote para hacerle compañía en los días grises: ¿qué se merece?
Hoy tocaba pensar en el salón. La luz tenue parecía hecha para aquella situación que tantas veces se le iba de las manos y hacía que acabase desolada en aquella enorme butaca... 
Se acomodó. Escalofríos. ¿Qué se merece?. Se mordía las uñas. Se estremecía. ¿Qué se merece? Y la duda se filtraba lentamente por cada uno de los poros que no dejaban de supurar recuerdos efímeros.
"Una paliza" susurró su lado más oscuro. Pero tras un sorbo de café y un vistazo hacia más allá de su ventana, se dio cuenta de que quizás eso sería demasiado violento.
Dividió entonces su mente en dos pedazos, afirmando a su vez esa teoría de que las mujeres pueden hacer más de una cosa a la vez. Por un lado seguía preguntándose  lo que él se merecía, y por el otro lado su rencor jugaba el papel sucio, haciéndole imaginar cómo sería pegarle un buen puñetazo en esa preciosa cara a ese sin vergüenza.
Se centró por fin en lo verdaderamente importante, y como un flash la palabra "beso" se le vino a la cabeza. Beso ... ¿era eso lo que se merecía? No, por supuesto que no. No se merecía ni el mínimo roce de sus labios. En ninguna parte. Ni detrás de la oreja, ni en el cuello, ni en el cachete. Ni siquiera uno de esos besos en la frente que desatan tanto cariño. ¡Cuánto le gustaría darle todos esos besos ahora! Sin pausa y con mucha prisa, para así poder darle todos los que sus labios aguanten. Besos infinitos, cortos, suaves, intensos, entre risas ... cualquiera, pero un beso. Pero aquello no era compatible con la situación. Se encontraba frente a una línea fronteriza en la que si permanecía sin avanzar, con el tiempo la vida jugaría de su lado; pero por desgracia sería una vida sin él. Mientras que si daba un paso hacia adelante, sólo un paso, caería rendida a los brazos del hombre con quién tanto ha compartido. Adelante. Atrás. Adelante. Atrás. Todo son dudas en su cabeza. Ade..¡atrás!. No puede arriesgarse a buscarle otro sitio en su estúpida vida, él ya se ha ido y aunque le duela lo mejor es que permanezca lejos, inmóvil, muerto en sentimientos...
La gran pregunta ya es parte de la habitación. Renace de las cenizas de la chimenea para esconderse entre los cojines del sofá, se refleja en las fotos familiares y adorna aquel cuchitril para que la melancolía sea la dueña de la habitación, de la casa y de los corazones presentes.
"Regalos" tampoco era la opción correcta, y ella lo supo desde el momento en el que se le vino a la cabeza. ¿Qué podía regalarle que fuese más valioso que su virginidad? El día que le abrió las puertas a la pasión, sintió que su alma se iba con el hombre que creía suyo; que creía de su vida. Ya se lo había dado todo. Sus ganas de vivir, sus mejores sonrisas, su regazo en los malos momentos ... todo. No le quedaba nada por mostrarle, nada que él no aceptase con gestos fríos y un gracias por compromiso. No podía ser un regalo la respuesta a todo.
Siguió pensando y entonces recordó una de las canciones de Fito y Fitipaldis que tanto le gustaba, y la cuál dice una frase que pareció darle un pequeño empujoncito hacia el mar de sus incansables dudas: "puede ser que la respuesta sea no preguntarse por qué". Puede ser, susurró ella. En su caso no era 'por qué', sino 'qué', pero al fin y al cabo todo se resumía en no encontrar respuestas. Suspiró.
Reflexionó, y sólo entonces se dio cuenta de que quizás nunca encontraría la respuesta a su pregunta. Que si no dejaba de preguntarse lo mismo una y otra vez, no conseguiría avanzar jamás. Y eso era lo que ella necesitaba por encima de todo, avanzar. Seguir adelante y olvidarse del daño que había sufrido todos estos días atrás. Quererse. Perderse para encontrarse. Nacer. 
Se levantó de la butaca, se sacudió las penas y con una sonrisa a medias salió de la casa dejando que el tiempo resolviera aquel rompecabezas. Mientras tanto, en su interior, su cabeza ya cansada de tantas inseguridades y preguntas sin resolver, cambió las dudas por el lema que la había sacado adelante: "No preguntarse por qué" ...


miércoles, 9 de julio de 2014

Tacones de aguja.

Nunca le llamé Adrián. 
Casi siempre me remitía a diminutivos cariñosos en los que, sin darme apenas cuenta, lo que hacía era liberar una pequeña dosis de lo que sentía por él.
El 'cari' ya era rutinario. Era como si le hubiese bautizado con ese nombre desde el día en el que empezamos a salir, y sólo quizás por eso aquella palabrita me llenaba tanto.
'Cariño' era para los momentos especiales y 'mi vida' cuando quería mostrar cierta contundencia y dulzura a la hora de decir las cosas.
Yo nunca le llamé Adrián. 
Quizás porque me daba miedo que aquella tilde se me clavara en la garganta al pronunciar su nombre. Que con la misma intensidad con la que actúa en el nombre, destruyera lo que llevábamos construyendo durante meses. Quizás lo que me asustase era la situación en la que se requería llamarlo de aquella forma. Situaciones en las que no me sabía desenvolver, porque dijese lo que dijese él siempre tenía palabras para contraatacar; y sí, sus palabras también llevaban tildes...
Adrián. Me asustaba pensar que aquellas dos letras de más lo cambiasen todo; que trajesen cosas nuevas a la relación dejándome con la incertidumbre de no saber si serían buenas o malas.
Adri era mucho más adecuado para las situaciones agridulces. Era una manera seria de dirigirme a él, pero sin dejar de recordarle que le quería más que a nada en este mundo. Que cuidaba el más mínimo detalle por hacerle sentir una persona afortunada. Afortunado de tener a alguien que se desviviese por satisfacer todos y cada uno de sus deseos. Y es que yo vivía para él. Nada me hacía más feliz que el hecho de que sus labios dejasen paso a la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida. Él me volvía loca. 
Si hablásemos metafóricamente, diría que él era como unos tacones de aguja. Difíciles de manejar, pero preciosos al mismo tiempo. Tacones especiales para ocasiones especiales. Me complementaba de una forma casi divina. Y es que, como toda mujer sabe, no hay nada más perfecto en el mundo que unos buenos tacones de aguja. Aunque éstos también tienen sus inconvenientes ... si se parte uno en el momento más inesperado, al final acabas cayéndote al suelo. 
Y eso era lo que pasaba; que cuándo él se partía, yo me caía de inmediato. Pero no era la caída lo peor de que él se rompiese, si no lo desolada que me quedaba siempre porque mi tacón de aguja se había partido. 
Quizás por miedo a que él se fragmentara lentamente al llamarlo por su nombre completo, nunca le llamé Adrián...

miércoles, 26 de marzo de 2014

"Amor entre sábanas"

Yo no pedía nada, excepto compasión.
Me pasaba las noches en vela rogándole a las madrugadas que despertaran en él un poco de piedad hacia mí, pero quizás pedía demasiado.
Los besos, las caricias ... todo aquello era un préstamo carnal que yo le concedía a diario, a cambio de que él siguiese mirándome con esos ojos a los que adoraba.
Nunca lo hizo. Nunca me dio el afecto que tanto me merecía y que cada noche pedía a gritos. Nunca supo quererme de la forma en la que a mí me salía amarle. Nunca se le dio bien diferenciar el sexo del amor; pero aún así le quería. Y me entregaba a él en cuerpo y alma cada mañana de domingo durante un par de meses, sintiéndolo mío en cada abrazo y sintiéndome suya en cada susurro.
Era obvio, aquello no era amor, sino puro placer.
Su placer era orgásmico, de los que no se esperan hasta que se sienten. El mío, por el contrario, se basaba en creer que me quería cada vez que sus labios acechaban mi cuello. Las horas eran efímeras a su lado, pero más aún entre sus brazos.
Y entonces, tras varios meses de rutina sexual matutina, me dí cuenta de que lo que llevaba pidiendo desde hacía tanto tiempo no se trataba de compasión, sino de pasión. Pasión de sentir que era mío no sólo en los domingos, sino en todos los días del resto de mi vida.
Eso, queridos, era todo lo que yo pedía ...