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domingo, 20 de marzo de 2016

Pienso demasiado en ti. En lo que debimos y no debimos haber hecho en su momento. En cómo se te ocurrió arriesgarte y lanzarte de cabeza al barranco de mis defectos. De mis manías que sacarían de quicio a cualquiera, mientras tú las concibes como virtudes.
Pienso que antes de nacer ya estaba lo nuestro escrito. Que cuando jugaba a inventarme una vida tú estabas en todas (sin yo saber nada). Y que ahora que invento juegos tú eres toda mi vida. Juegos e historias que culminen en la magia de tu sonrisa, que cura y oprime el pecho dejándote una sensación de alivio y muchas ganas.
Nadie había bailado nunca con las sábanas de mi cama. Ni con mis sentimientos a flor de piel.
Tampoco nadie se había molestado en unirme los lunares intentando descifrar el enigma de si era él el adecuado. A ti te lo digo yo sin tener que pintarme nada en la espalda (aunque ya lo hayas hecho): eres el único.
Y lo eres porque conmigo eres paciente. Me das la calma que necesito y la estabilidad con la que toda mujer cuerda ha soñado alguna vez despierta. Me das ilusión en frasquitos de detalles. Me das caricias que me alegran las entrañas (que se retuercen y te confiesan que tengo ganas de hacerte el amor). Me das vida en cada uno de tus abrazos y me la quitas en cada decepción causada por mi falta de tacto proveniente de un corazón de acero. Me haces ser yo misma, porque afirmas que soy yo y no otra por la que te levantas todos los días con la motivación en la sangre y sales a hacer lo que mejor se te da: ser un campeón.
Te amo, pero eso sólo son dos palabras que jamás podrán expresar cuán importante eres para mí. Lo eres todo, cariño.

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